Banderas de nuestros padres

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Desde posiciones laicistas, incomprensibles por obsoletas en esta segunda década del siglo XXI, se reclama con contumacia digna de mejor causa la desaparición de todo símbolo religioso de los espacios públicos. Difícil empeño, en verdad, pues la presencia religiosa cristiana en el patrimonio cultural, artístico e histórico de Europa tiene una importancia tan grande, desde hace más de 2.000 años, que su erradicación resulta una absoluta utopía, inconcebible en personas no enajenadas mentalmente.

Si se considera que las banderas y los escudos nacionales constituyen los símbolos más representativos de los estados europeos, se confirma lo expuesto. Once países de Europa tienen una cruz en sus banderas: Noruega, Suecia, Dinamarca, Finlandia, Islandia, Reino Unido, Suiza, Grecia, Malta, Eslovaquia, Georgia. Si a ellos se añaden aquellos estados que tienen símbolos religiosos cristianos en sus escudos nacionales, se llega a un total de 24 países.

En España, tienen símbolos religiosos en sus escudos (incluyendo la cruz encima de la corona real) 12 Comunidades Autónomas (Galicia, Asturias, Cantabria, País Vasco, Navarra, La Rioja, Aragón, Comunidad Valenciana, Murcia, Castilla-La Mancha, Madrid y Canarias), la Ciudad Autónoma de Ceuta y 21 provincias españolas.

Aunque banderas y escudos no están en principio libres de ser ideológicamente “tuneadas” (como le pasó al escudo de Guipúzcoa con el nacionalismo), no parece razonable esperar que en esos estados europeos y regiones españolas las fuerzas políticas mayoritarias y la opinión popular admitan cambios laicistas en unos símbolos tan enraizados en su historia y tan apreciados por sus ciudadanos. Unas “banderas de nuestros padres” que, con independencia de las creencias de cada uno, a todos nos representan.

Luis Peral Guerra

Economista y Abogado


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